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Una adolescente ciega recupera su pasión por correr gracias a su perro guía

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Nadie te prepara para las barreras que, de repente, pone la vida. Tampoco a Sami Stoner, 16 años, legalmente ciega para cualquier tipo de competición desde que una enfermedad atacara sus ojos a los 13 años y su visión se redujera a sombras diluidas y luces emborronadas. Pero a los atletas, bien amateurs bien profesionales, les nace un sentimiento de superación que se multiplicó en Stoner. Las carreras de campo a través en las que participaba no serían peligrosas a pesar de sus ojos, Chloe, su perro guía, acompañaría sus zancadas y su aliento.

Stoner comenzó a jugar a fútbol en el colegio. Fue su forma de socializarse y con la que sus padres consiguieron que se interesara por los deportes. Pero a esta adolescente de Ohio se le acabó el balón porque ya no habiá suficientes chicas en el instituto. Eligió entonces el atletismo, pero en su modalidad de campo a través. No le gustó nada, lo odiaba, aunque el desafecto le duró apenas unos días. Las zapatillas de correr pronto fueron su rutina, una en la que le gustaba participar.

Sin embargo, algo no marchaba bien en sus ojos. Empezó a no ver con claridad la pizarra, a confundir los colores, a tener una niebla constante. Después de muchas pruebas el diagnóstico no solucionó demasiado: la enfermedad de Stargardt. Sin cura ni tratamiento y con la única posibilidad de ir a peor. «Solo podía llorar y llorar. Unas veces por rabia de que me hubiera pasado a mí, otras por que estaba aterrada», reconoció en una entrevista a ESPN.

Tuvo miedo de no poder seguir compitiendo. El tartán es seguro, un bosque, no. Pero Stoner necesitaba continuar haciendo las actividades que hacía para seguir sintiéndose normal. Su amiga Hannah Ticoras salió en su auxilio. Era compañera del equipo de cross y se convirtió en su guía. Pero también el idilio se rompió, dos años más tarde, porque Ticoras se graduó y se fue a la Universidad.

Stoner, que ya empezaba a echar de menos los detalles de su cara y de su familia, se encontró sola de nuevo en la oscuridad del que no puede calzarse las zapatillas por mucho que estas le reclamen atención. Y entonces llegó ella, Chloe. «Un perro en casa te cambia la vida, pero a mí me la solucionó».

Chloe se convirtió en su guía, dentro y fuera de las competiciones. Ya no habría problemas en el instituto ni en la calle ni tampoco en los bosques en los que competía. «Ella vigila las raíces y los obstáculos y me orienta por el terreno más llano», confiesa Stoner, que consiguió una dispensa de la Asociación estatal de Atletismo para poder competir con Chloe. Ambas salen 20 o 30 segundos más tarde que el resto de competidores, para evitar que unos y otros se pongan nerviosos o haya accidentes. Pero a Stoner no le importa: «No corro para ganar ni para hacer tiempos ni nada por el estilo, corro porque me encanta. Y ahora, que puedo seguir corriendo gracias a Chloe, mucho más».
Atleta sin fin, Stoner aprendió que una discapacidad no es el fin del mundo: «Siempre puedes seguir haciendo las cosas que te propongas, solo tienes que encontrar un camino diferente para hacerlo». Ella lo ha encontrado, o mejor dicho, Chloe lo encuentra por ella.

Vía: abc.es

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